Mis amados hermanos y hermanas:
Vivir este tiempo litúrgico que hemos denominado: La bondad de Dios que salva, en Cristo, por cuanto nuestro Señor Jesucristo fue hecho el Cordero pascual llevado al matadero para perdón y liberación de todas nuestras esclavitudes. Cuando recién entra en Jerusalén todos lo veneran, lo reciben con palmeras y le llaman “Hosanna al Hijo de David” y Jesús en forma consciente obedece y cumple una más de las profecías relacionada con la humildad y la paz de su ministerio: su entrada triunfal sentado en un asno.
Una semana después los que le recibieron con tanta algarabía, lo acusan de blasfemo y de falso. Es llevado ante el Sanedrín y lo golpean, es llevado ante Pilatos y se produce el flagellum: fuertes látigos con correas de cuero, con posibles bolas de acero en el extremo de las correas. Posteriormente lo llevan al patibulum: a la viga transversal, para clavarlo como un esclavo y vil delincuente. La clavija, sedile, se proyectaba hacia delante para que soportara todo el cuerpo, lo levantan con el patíbulo lo dejan que muera de sed y agotamiento.
Los ladrones que se encontraban en los extremos sufrieron lo que se denomina crurifragium o quebradura de piernas, que a Jesús no le ocurre cumpliéndose una nueva profecía, sin embargo, el Cristo, sufrió la clavada de una lanza del soldado romano que le dio muerte en forma más rápida. Por lo que no hubo necesidad de quebrarles su extremidades.
Amado hermano y hermana, este nuestro tiempo es de mucha reflexión y meditación; es un tiempo de cambio, de transformación en nuestras actitudes, conductas y responsabilidades. Nuestro Dios siempre aspira siempre un poco más de nosotros, como el atleta que salta los obstáculos, para que nuestra iglesia sea la familia que Dios quiere: santa, gozosa, unida, generosa y responsable. Sólo así avanzaremos con paso firme, paso seguro.
Su Revelación, la Palabra de Dios, es la que nos indica el camino, recuerden las palabras de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí” (Jn. 14.6). Las implicancias de su revelación requieren perseverancia; convoca nuestro servicio; su revelación es un llamado a nuestra fidelidad; y sus bienaventuranzas siempre estarán a nuestro favor. Su muerte será nuestra muerte. Su resurrección nuestra resurrección. En las palabras de Pablo: “Ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí”
Celebremos con gozo su resurrección en nuestra resurrección, celebremos con alegría la vida eterna, en nuestra vida y en nuestra esperanza. Que Dios les bendiga mucho. Amén.
martes, 17 de mayo de 2011
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